sábado, 12 de abril de 2014

Dos operaciones aditivas

Dos operaciones aditivas


C
omenzaba la reciente matanza y tortura de estudiantes cuando escribí y publiqué mi penúltima puntada. En la misma refería la necesidad de dar un salto conceptual para encontrarle al país un significado acorde al momento que vivimos. Intitulé esa puntada Sumar-sumar, antes de que nos maten en el intento, buscando que mis palabras se aprovecharan del giro constructivo que siempre sugiere la sencilla operación matemática de la adición, que es la primera que aprendemos en la escuela aún niños y que luego, de adultos, con dificultad realizamos para la vida en positivo. Refería allí que, alejados de populismos de distinto color y género, trabajásemos para ensamblar, sin antes tener que reinventar la pólvora democrática, las mejores iniciativas posibles para conseguir el mínimo de bienestar ambicionado.  
Y escribo hoy estas líneas pensando que, más allá de enfrascarnos en descifrar las bondades o defectos de la reciente sesión de intercambio teledifundida en cadena desde Miraflores, o de tratar de comprender quién hablo mejor o peor en esa ocasión, deberíamos con hechos utilizar ese evento –marcador sin duda de la discusión política de los últimos años-, para montar un verdadero sistema que, en la contingencia, permita de la manera más eficaz realizar un ejercicio concreto de la democracia que ahora tanto escasea pero que tanto necesitamos.
Ahí están los liderazgos, han surgido y, cada uno a su manera, se han desarrollado y consolidado. Los mismos, sirven para facilitar la conexión social tan dificultada en estos tiempos de medios de comunicación secuestrados.
Ahí están los problemas: desabastecimiento, inseguridad –de todo tipo-, inflación, servicios públicos, salud, educación, electricidad; inviabilidad económica y financiera, ilegalidad, no-representatividad, poderes secuestrados, mandatos vencidos, corrupción galopante, etcétera.
Ahí están las responsabilidades: Todas nuestras: las de los venezolanos que hemos hecho, las de los que no hemos hecho, las de los que hemos hecho pero de manera defectuosa, las de los que no han hecho ni dejado hacer, y las de los venezolanos que han permitido y promovido que no-venezolanos, cubanos, chinos u otros de otros gentilicios no necesariamente bien intencionados, vengan a interferir en lo que es nuestro, al punto de dejar lesionada impunemente nuestra propia nacionalidad.
Ahí está todo, lo visible y lo menos visible.
Y ahí está nuestra democracia, vilipendiada pero aún rescatable.
Y es rescatable si y sólo si las fuerzas políticas actuantes, especialmente las del lado históricamente democrático que hoy no participa del gobierno, se proponen un trabajo lo más concreto y visible de participación en las decisiones de país.
Y si bien la MUD no es un partido, ni hoy tiene por qué seguirse viendo a sí misma como una simple máquina electoral, creo que aprovechándose de su posicionamiento de ente supra-partidista, abarcador, con visión de helicóptero, puede perfectamente fungir como agente político encargado de disciplinar la reconstrucción de la sociedad.
A los efectos, voy a volver a plantear, aunque esta vez en orden inverso al que lo hice en puntada anterior, dos movimientos urgentes, concretos y posibles:
a)     Que con la anuencia y participación de todas las fuerzas democráticas visibles, sea designado por vocación o voluntariado un específico y efectivo Gabinete Sombra, con personas calificadas e identificadas para cada rubro, que se dedique a proponer medidas concretas de gobierno; a hacer contrapeso comunicacional a la acción que emana de los actuales poderes públicos; a generar opinión, y a orientar y coaligar las fuerzas de la ciudadanía dispuesta a la reconstrucción.
b)    Que los diputados que con mayoría nacional de votos elegimos hace varios meses a la Asamblea, encabezados por una suerte de coordinador legislativo democrático a ser designado entre ellos por ellos mismos, nos digan semanal o quincenalmente en qué emplearon su tiempo, qué asuntos de interés público ayudaron a controlar y qué leyes están diseñando o tienen en mente hacer valer en el futuro inmediato y próximo.
Insisto en que este par de cosas serían el caldo de cultivo necesario y suficiente para que comenzar a andar el camino de la reconstrucción de la esperanza, antes de que la erosión de nuestro capital humano sea irremediable, bien porque emigre, bien porque resulte víctima de una de las pocas industrias que ha florecido campante durante los últimos quince años, la que ya he llamado la industria de la muerte.  
Repito, es un salto conceptual el que se impone.


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